La luna no puede robarse

Ryokan, un maestro zen, vivía del modo más sencillo en una pequeña choza al pie de la montaña. Una noche, un ladrón visitó la cabaña para descubrir que en ella no había nada que robar.
Ryokan volvió y lo sorprendió. «Probablemente has hecho un largo camino para venir a visitarme», dijo al ladrón, «y no deberías regresar con las manos vacías. Te ruego te lleves mi ropa como presente». El ladrón se quedó perplejo. Cogió la ropa y se escabulló.
Ryokan se sentó, desnudo, observando la luna. «Pobre hombre», musitó, «ojalá hubiera podido darle esta hermosa luna».

Sempai Manuel Badía.